lunes, 31 de agosto de 2009

Homo Academicus





Extracto de la obra de Pierre Bourdieu (Lectura sugerida)








Capítulo V

El momento crítico

Limitados a los datos parciales y superficiales de la experiencia biográfica pero orientados por la ambición de juzgar y explicar, la mayor parte de los ensayos consagrados a las jornadas de Mayo hacen pensar en eso que Poincaré decía de las teorías de Lorentz: “Era necesaria una explicación, se la ha encontrado; se la encuentra siempre; las hipótesis, son el sustrato que menos falta”[1]. La tentación de multiplicar sin medida las hipótesis a medida nunca se ejerce tanto sobre los especialistas de las ciencias sociales como cuando se relacionan con los acontecimientos, y los acontecimientos críticos. Los instantes donde el sentido del mundo social oscila son un desafío, que no es sólo intelectual, para todos aquellos que hacen profesión de leer el sentido del mundo y que, bajo la apariencia de enunciar qué es eso, pretenden hacer existir las cosas conforme a su decir, producir entonces efectos políticos inmediatos; lo que implica que ellos toman la palabra sobre-el-campo, y no luego de la reflexión, pero tampoco después de la batalla. Los beneficios políticos que puede procurar la interpretación de un acontecimiento social dependen estrictamente de su “actualidad”; es decir, del grado en que suscita el interés ya que es la apuesta en conflictos de intereses materiales o simbólicos (es la definición misma del presente, nunca completamente reductible a aquello que es inmediatamente dado). Se sigue que el principio de la mayor parte de las diferencias entre las producciones culturales reside en los mercados a los cuales ellas son, más inconsciente que conscientemente, destinadas, mercado restringido, dentro del cual, en última instancia, el productor no tiene por clientes más que el conjunto de sus competidores, o mercado de gran producción[2]; estos mercados aseguran a los productos culturales (y a sus autores) beneficios materiales y simbólicos, es decir sucesos de ventas, público, clientelas, y una visibilidad social, un renombre –de los cuales la superficie ocupada en los diarios constituye un buen indicador- extremadamente desiguales, tanto en su importancia como en su duración. Una de las razones del retraso de las ciencias sociales, expuestas sin cesar a la regresión hacia el ensayismo, es que las chances de obtener el éxito puramente mundano, ligado al interés de actualidad, disminuyen a medida que uno se aleja en el tiempo del objeto estudiado, es decir, a medida que crece el tiempo invertido en el trabajo científico, condición necesaria, si bien no suficiente, de la calidad científica del producto. El investigador no puede más que llegar después de la fiesta, cuando los faroles están sin brillo y los andamios retirados, y con un producto que no tiene ningún encanto de lo impromptu. Construido junto a las cuestiones surgidas de la inmediatez del acontecimiento, enigmas más que problemas, llamando a la toma de posición total y definitiva más que al análisis necesariamente parcial y reversible, el protocolo científico no tiene para esto la bella claridad del discurso del sentido común al que no le es difícil ser simple ya que comienza siempre por simplificar.

La atención inmediata a lo inmediato que, ahogada en el acontecimiento y los afectos que suscita, aísla el momento crítico, así constituido como totalidad encerrando en sí misma su explicación, introduce por eso mismo una filosofía de la historia: ella conduce a presuponer que hay en la historia momentos privilegiados, de alguna manera más históricos que otros (se puede ver un caso particular en la visión escatológica, clásica o modernizada, que describe la revolución como término final, telos, y punto culminante, acmè, y sus agentes –proletarios, estudiantes u otros– como clase universal, y por esto última). La intención científica, por el contrario, apunta a reubicar el suceso extraordinario en la serie de sucesos ordinarios, al interior de la cual se explica. Esto para preguntar a continuación en qué reside la singularidad de aquello que queda de un momento cualquiera de la serie histórica, como se lo puede ver bien con todos los fenómenos de umbral, saltos cualitativos en los cuales la suma continua de sucesos ordinarios conduce a un instante singular, extraordinario.

Intersección de muchas series en parte independientes de acontecimientos sobrevenidos en varios campos habitados por necesidades específicas, una crisis como aquella de mayo de 1968 –y sin duda toda crisis- introduce una ruptura visible con respecto a aquello que la ha precedido, si bien uno no pueda comprenderla más que re-situándola en la serie de acontecimientos antecedentes. Crisis universitaria que se transforma en crisis general, ella plantea la pregunta de las condiciones de la extensión diferencial de la crisis al seno del campo universitario y por fuera del mismo: para explicar que una crisis del modo de reproducción (en su dimensión escolar) haya podido encontrarse en el comienzo de una crisis general, hace falta, conociendo la contribución cada vez más importante que el sistema de enseñanza aporta a la reproducción social, y que hace de ello una apuesta cada vez más disputada de las luchas sociales[3], proponer un modelo que permita dar cuenta de los efectos sociales que ha producido, y de los cuales el más marcado es el desclasamiento estructural, generador de una suerte de disposición colectiva a la revuelta. Pero, el modelo que permite comprender, sobre la base de un análisis de las condiciones estructurales de la crisis y sin recurrir a las hipótesis ad hoc, la lógica de la aparición de la crisis en las diferentes regiones del espacio universitario, luego en el espacio social donde ella se ha manifestado, ¿permite comprender también cómo se ha instaurado, en una región bien determinada de del campo universitario, el estado crítico de la estructura? La probabilidad de que los factores estructurales que, dentro de un campo particular, están en el comienzo de una tensión crítica vengan a engendrar una situación de crisis, favorable a la aparición de acontecimientos extraordinarios, que el funcionamiento normal vuelve impensables, o al menos, “excepcionales” y “accidentales”, despojados entonces de eficacia y de significación sociales, alcanza su máximo cuando se da la coincidencia de los efectos de varias crisis latentes de máxima intensidad: ¿Cuáles son las causas específicas que son responsables de la coincidencia de las crisis locales y, por ello, de la crisis general como integración –y no simple suma- de crisis sincronizadas y cuál es el efecto propio de esta sincronización de diferentes campos que definen el acontecimiento histórico como haciendo época y la situación general como puesta en fase de diferentes campos? Paradójicamente, es sin duda a condición de reinsertar los momentos críticos en las series donde reside el principio de su inteligibilidad, anulando aquello que define propiamente la situación crítica, si no como “creación de novedad imprevisible”, al menos como surgimiento de la posibilidad de la novedad, en resumen, como tiempo abierto donde todo porvenir parece posible, y lo es por una parte, en cierta medida[4].

Todas esta cuestiones, que podrían decirse teóricas, deben ser pensadas como cuestiones históricas. Lo que supone que se trabaja para neutralizar los efectos de la división social instituida en la simple descripción que, como remarcaba Hegel en el prefacio de la Fenomenología del espíritu, acomodándose mal entre la “interrupción” por el concepto, y la pura “racionalización” no soporta más la interrupción de la realidad efectiva. Pero no se pueden poner en cuestión los principios mejor establecidos de la visión y de la división del trabajo científico sin correr el riesgo de que los productos de ese esfuerzo de ruptura queden incomprendidos o pasen desapercibidos; sin exponerse a parecer que se falta a la vez a las exigencias de la teoría y a las exigencias de la empiria y a ver el conocimiento adquirido más seguro de la investigación escapar de aquellos que no saben reconocer las cuestiones teóricas más que cuando ellas dan lugar a disertaciones (sobre el poder, la política, etc.) como también de aquellos que estén inclinados a la sospecha y a la reticencia por el esfuerzo mismo por tratar la serie de acontecimientos que desarrolla la descripción histórica como el producto de diferentes efectos –al seno de la física–, es decir como integración singular de secuencias inteligibles de acontecimientos destinados a aparecer cada vez que estén dadas, siendo cosas iguales por otra parte, ciertas condiciones.

Una contradicción específica.

No puede darse cuenta de la crisis, o al menos de sus condiciones estructurales de aparición y de su generalización, sin recordar[5] los efectos principales del acrecentamiento de la población escolarizada, es decir la devaluación de los títulos escolares que determina un desclasamiento generalizado, particularmente intolerable para los más favorecidos, y, secundariamente, las transformaciones del funcionamiento del sistema de enseñanza que resultan de las transformaciones morfológicas y sociales de su público. El acrecentamiento de la población escolarizada y la devaluación correlativa de los títulos escolares (o de las posiciones escolares a las que ellas dan acceso, como el estatuto de estudiante) han afectado al conjunto de una clase de edad, constituida así en generación social relativamente unificada por cierta experiencia común, determinando un desplazamiento estructural entre las aspiraciones estatutarias –inscriptas en las en las posiciones y los títulos que, en el estado anterior del sistema, ofrecían realmente las chances correspondientes- y las chances efectivamente aseguradas, en el momento considerado, por esos títulos y esas posiciones[6]. Este desplazamiento nunca es tan grande como en los niños nacidos en la clase dominante, que no han tenido éxito al operar la reconversión del capital cultural heredado en capital escolar; esto mismo aunque su futuro social no depende enteramente del capital escolar y que el capital económico o social del que dispone su familia les permite obtener el rendimiento máximo de sus títulos escolares en el mercado de trabajo y de compensar así su derrota (relativa) por carreras de sustitución[7]. Resumiendo, la contradicción específica del modo de reproducción por componente escolar que no puede contribuir a la reproducción de la clase más que eliminando, con su asentimiento, una parte de sus miembros, reviste una forma más y más crítica a medida que crece el número de aquellos que, viendo sus chances de reproducción amenazadas y que, rechazando su exclusión, se encuentran reenviados hacia una contestación de la legitimidad del instrumento de su propia exclusión, a amenazar el conjunto de la clase poniendo en cuestión uno de los fundamentos de su perpetuación.

Los efectos de la devaluación se ejercen sin duda más y más plenamente, no siendo corregidos de ninguna manera por la adjunción de capital social, a medida que, a título o posición equivalentes, se desciende en la jerarquía de los poseedores según su origen social: toda vez, la tolerancia a estos efectos varía también según el mismo criterio, pero en sentido inverso; de una parte porque las aspiraciones tienden a disminuir como las chances objetivas, y de otra parte porque los diversos mecanismos tienden a enmascarar la devaluación, como la mayoría de los mercados –ciertos diplomas devaluados guardan un cierto valor simbólico a los ojos de los más disminuidos- y los beneficios secundarios ligados a la elevación del valor nominal de los títulos. El ascenso parcialmente ficticio de aquel que por milagro accede a una posición poco probable para los miembros de su clase de origen (como el hijo de institutor devenido asistente en ciencias o el hijo de pequeño campesino profesor de CEG[i]) en un momento donde esta posición se encuentra devaluada por el efecto de translación, es decir desclasada, es fundamentalmente diferente, a pesar de las analogías, del declino más o menos marcado de aquel que, nacido de la clase dominante, no llega a dotarse de títulos suficientes para mantener su posición, tal como el hijo de médico devenido estudiante en letras modernas o educador. Resulta que, siendo ellas tan diferentes, las experiencias ligadas al desclasamiento pueden servir de fundamento a las alianzas, más o menos ficticias, entre agentes que ocupan posiciones diferentes en el espacio escolar y en el espacio social, o, al menos, a las reacciones parcialmente orquestadas ante la crisis a las que sería falso imputar la concordancia objetiva al sólo efecto del “contagio”.

Para comprender las formas que ha revestido la crisis al seno del sistema escolar, no es suficiente con percibir el acrecentamiento del volumen de público de las diferentes instituciones de enseñanza. Es verdad que esos fenómenos propiamente morfológicos han ejercido sin duda efectos muy importantes, favoreciendo una transformación de la relación pedagógica y de toda la experiencia de la condición de estudiante. Pero lo esencial es que el acrecentamiento del volumen de público de un establecimiento escolar, y sobre todo la transformación correlativa de la composición social de ese público, están en función de la posición que ella ocupa actual o potencialmente en la jerarquía escolar (y social) de los establecimientos. Es así que las grandes escuelas (o las clases preparatorias) han sido mucho menos afectadas que las facultades; que, al interior de las mismas, las facultades de derecho y medicina han sido mucho menos afectadas que las facultades de ciencias y sobre todo de letras, y que, al seno de estas últimas, las disciplinas tradicionales han sido mucho menos tocadas por la afluencia de estudiantes que las disciplinas nuevas, particularmente la psicología y la sociología. Dicho de otra forma, los efectos sociales y escolares del aumento de público son tanto más marcados en una institución escolar (establecimiento, facultad o disciplina) que su posición en la jerarquía –y, secundariamente, el contenido propuesto de la enseñanza- la predisponen más a servir de refugio a los estudiantes que, en el estado anterior del sistema, hubieran sido excluidos o se habrían eliminado ellos mismos. A lo que se agrega que los efectos específicamente ligados a la discordancia entre las aspiraciones y las chances objetivas no son jamás tan potentes como en esos refugios de lujo que representan ciertas disciplinas nuevas, especialmente la sociología para los jóvenes y, en un menor grado, la psicología para las jóvenes: estas posiciones escolares mal determinadas abriendo a las posiciones sociales ellas mismas mal determinadas están bien hechas para permitir a sus ocupantes mantener un halo de indeterminación y de ligereza, para ellos mismos y para los otros, alrededor de su presente y de su porvenir.

La misma ley que rigió la extensión de la crisis al interior de la institución escolar rigió también la extensión fuera de la institución: la frecuencia, entre los ocupantes de una posición social, de los agentes pertenecientes a la generación escolar marcada por la devaluación de los títulos escolares, dotados entonces de aspiraciones desajustadas en relación a sus chances objetivas de cumplimiento, da cuenta de las reacciones diferenciales a la crisis de los ocupantes de diferentes posiciones en el espacio social. La crisis que encuentra su principio en el sistema escolar jamás se confunde totalmente con la crisis de una clase o de una fracción de clase determinada: sin duda el movimiento de contestación ha encontrado su terreno de elección en las fracciones intelectuales y, más particularmente, en las regiones del espacio social más propias a acoger a los agentes nacidos en la clase dominante que el sistema de enseñanza no ha reconocido; pero ha podido también encontrar un eco, ver una complicidad, en el seno de las diferentes fracciones de las clases medias y hasta en la clase obrera o campesina, entre los adolescentes que, habiendo pasado por la enseñanza técnica o mismo por la enseñanza general larga, han sido decepcionados en las aspiraciones aparentemente inscriptas en la situación de colegial o de estudiante secundario (posiciones tanto más valorizadas en cuanto fueran más raras en el grupo de origen), o mismo de bachiller.

Es el caso, que tiene valor de límite, de los poseedores de un diploma de enseñanza general o de un C.A.P.[ii], incluso un bachillerato (se cuentan, en 1968, varios miles de O.S.[iii] dotados de ese título), que son reenviados hacia las profesiones manuales acordando un débil valor económico y simbólico a los diplomas de enseñanza general e incluso a los diplomas técnicos, y que se encuentran así consagrados a la descalificación objetiva y/o subjetiva y a la frustración engendrada por la experiencia de la inutilidad del diploma (tal como el joven obrero diplomado que, condenado a cumplir el mismo trabajo que los obreros desposeídos de todo diploma escolar o, “peor”, que los “extranjeros” concluye: “Yo no he seguido los cursos durante cuatro años para recortar arandelas”). Las respuestas a la pregunta (formulada en 1969 a una muestra representativa de la clase obrera) para saber si, en 1968, hubiera sido deseable que los estudiantes “pudieran ir a las fábricas para conversar con los trabajadores” proveyeron indicaciones sobre las características sociales de aquellos que se sentían “concernidos” por la crisis del sistema de enseñanza: La parte de los obreros que se declararon favorables a la apertura de las fábricas a los estudiantes alcanza su máximo en la clase de edad 20-24 años y sobretodo 15-19 años y entre los obreros titulares de un C.A.P. (Cf. G. Adam, F. Bon, J. Capdevielle, R. Mouriaux, L’ouvrier français en 1970, Paris, A. Colin, 1970, pp. 223-224). Y se ha observado por otro lado que, entre los obreros (de los cuales se sabe que, a la inversa que los miembros de la clase dominante, ellos dicen ser cada vez más seguido de izquierda a medida que avanzan en edad), como entre las otras categorías sociales, la participación en las manifestaciones crece con el nivel de instrucción y en función inversa de la edad.

Los efectos del acrecentamiento del número de los agentes escolarizados y de la devaluación correlativa de los títulos designados no se ejerce de manera mecánica, por lo tanto homogénea; no toma sentido más que en función de las disposiciones de los agentes que lo sufren. Es así que, contra la lógica misma del análisis, y del discurso en el cual se expresa; es decir contra la tendencia a sincronizar y a universalizar lo que ha tomado la forma de lenta y sin igual transformación de los espíritus, sería necesario poder describir las diferentes formas que reviste, principalmente en función del origen social, y de las disposiciones correlativas con respecto al sistema de enseñanza, el proceso de ajuste de las esperanzas a las chances, de las aspiraciones a los cumplimientos, y en particular el trabajo de des-inversión necesario para aceptar el mínimo suceso o derrota.

Es necesario en efecto cuidarse de olvidar la digresión temporal importante entre el momento en el que aparecen, y ante todo en las facultades de ciencias, las transformaciones morfológicas responsables de tensiones entre los docentes y del desclasamiento de los estudiantes, y el momento donde estalla, en un sector bien particular del campo universitario, la crisis declarada que se generalizará enseguida. Este intervalo corresponde al tiempo necesario para que afloren, por intermitencia, a la conciencia de ciertos agentes las transformaciones sobrevenidas en la institución y los efectos que estas transformaciones ejercen sobre su condición presente y futura: es decir, en el caso de los estudiantes, la devaluación de los títulos escolares y su desclasamiento relativo o absoluto y, en el caso de los docentes subalternos reclutados según los nuevos criterios, la inaccesibilidad de hecho a las carreras aparentemente prometidas a los ocupantes de su posición. Y si el trabajo (de duelo) indispensable para ajustar las aspiraciones a los efectos de la evolución morfológica es necesariamente largo, es porque los agentes no perciben que una fracción muy limitada del espacio social (por otra parte a través de categorías de percepción y de apreciación que son el producto de un estado anterior del sistema) y que ellos mismos son llevados de hecho a interpretar su propia experiencia y la de los agentes que pertenecen a su universo de interconocimiento en una lógica más individual que categorial, de manera que los cambios morfológicos no pueden aparecer más que bajo la forma de una multitud de experiencias parcelarias, difíciles de asir y de interpretar en tanto totalidad. Sería necesario también tomar en cuenta en el análisis de este proceso de transformación de la visión del porvenir el rol de las instituciones encargadas de producir las representaciones sabias del mundo social (como los institutos oficiales y oficiosos de estadística) y de manipular en consecuencia las representaciones del porvenir susceptibles de ser descontadas (como los consejeros de orientación y, más generalmente, todos los agentes encargados de informar sobre el futuro de los títulos y de los puestos).

En el caso de esa suerte de milagro que son los estudiantes (o los maestros) nacidos de categorías sociales especialmente improbables en las posiciones que ocupan, el sólo hecho de estar presente en esas posiciones, incluso devaluadas –y por su presencia misma-, constituye una forma de retribución simbólica que, comparable a la elevación del salario nominal en períodos de inflación: La alodoxia está inscripta en el hecho de que los esquemas que ponen en obra para percibir y apreciar su posición son el producto del estado anterior del sistema. Dicho de otra forma, los agentes mismos tienen un interés psicológico por hacerse cómplices de la mistificación de la cual son las víctimas –según un mecanismo muy general que lleva (tanto más sin duda cuando se es más desfavorecido) a trabajar, a contentarse con lo que uno tiene y con lo que uno es, a amar su destino, cuan mediocre sea[8]. En efecto, se puede dudar que estas representaciones pudieran alguna vez triunfar completamente, incluso con la complicidad de un grupo, y es probable que la imagen encantada coexista siempre con la representación realista, la primera se prueba más bien en la competencia con los vecinos inmediatos (en el espacio social) y la segunda en las reivindicaciones colectivas frente al out group.

Estos efectos de doble conciencia son todavía más visibles en la lógica que conduce a los estudiantes nacidos en la clase dominante y poco dotados de capital escolar hacia las disciplinas nuevas, cuyo poder de atracción tiene mucho que ver sin duda con la ligereza del porvenir que ellas ofrecen y a la libertad con que dejan de diferir la desinversión. O en la orientación hacia las profesiones mal determinadas, que están como hechas para permitir perpetuar el mayor tiempo posible, para sí mismo más que para los otros, la indeterminación de la identidad social, tales como, en otro tiempo, la profesión de escritor o de artista y todos esos pequeños oficios de la producción cultural, o todos los oficios nuevos, en las fronteras del campo intelectual y del campo universitario o médico, que han proliferado en relación directa con el esfuerzo por escapar de la devaluación produciendo nuevas profesiones. Todo permite suponer que la tensión crítica es tanto más fuerte cuando la distancia entre la realidad y la representación de sí y de su porvenir social es más grande y que ella a sido mantenida por más tiempo, al precio de un trabajo psicológico más importante[9].

Se puede decir así, primeramente, que la crisis patente ha conocido su máxima intensidad en todos los lugares sociales favorables a la perpetuación de las aspiraciones desajustadas; y, en segundo lugar, que esos lugares propios a favorecer un desajuste expuesto a las revisiones dramáticas son aquellos que, por el hecho de la imprecisión del porvenir social que prometen, atraen agentes a las aspiraciones desajustadas, a las que ellos aseguran las condiciones favorables a la perpetuación de ese desajuste. Para verificar estas hipótesis, puede tomarse como indicio de la homogeneidad o de la heterogeneidad de una posición, facultad, escuela, disciplina, la dispersión de la distribución de la población correspondiente, ya sea según su origen social, ya sea según su capital escolar (la sección al bachillerato) o, más cerca de la hipótesis, según la relación entre el origen social y el capital escolar: se puede suponer en efecto, que el atraso entre las aspiraciones y las chances va según toda verosimilitud acrecentándose en tanto crece la tasa de estudiantes de origen social elevado y de capital escolar débil. Y determinar a continuación si las variaciones del grado de homogeneidad social y escolar según los sectores de la institución escolar corresponden a las variaciones de la intensidad de la crisis[10].

Sólo la confrontación de la distribución según el origen social y el capital escolar (y también, secundariamente, según el sexo, la tasa de acrecentamiento y la residencia) de los ocupantes (estudiantes o docentes, especialmente subalternos) de las diferentes posiciones (grandes escuelas, facultades, disciplinas) en el campo universitario, y de las variaciones según las mismas variables de las tomas de posición de esos grupos en el transcurso del mes de mayo de 1968 permitiría verificar o refutar el modelo propuesto. Se puede de todas formas, en la medida de los datos disponibles, establecer que existe una correspondencia entre estas dos series. Si bien las estadísticas donde se lee un acrecentamiento de la parte de los niños nacidos en las clases medias en las instituciones de enseñanza confunden los públicos de diferentes tipos de establecimientos (secundario, CEG, etc.), enmascarando así los mecanismos de segregación escolar que tienden a mantener una relativa homogeneidad social del público escolar al interior de cada establecimiento o incluso de cada clase, se observa una tendencia general a la disminución de la homogeneidad social del público escolar en el transcurso del período que precedió la crisis: aún muy fuerte en los establecimientos, las secciones o las disciplinas más altas (como las grandes escuelas, las facultades de medicina, o mismo las secciones clásicas de los secundarios) o las más bajas (como los CET[iv] o los IUT[v]), la homogeneidad social, escolar y sobre todo, si puede decirse, socio-escolar es generalmente débil en los establecimientos, secciones o disciplinas que ocupan una posición intermediaria o, al menos, ambigua en la jerarquía del sistema de enseñanza. Por otra parte, a falta de indicios de participación en las actividades subversivas[11], se acepta ver un indicador de la conformidad o de la adhesión al orden universitario establecido en las tasas de participación en las elecciones universitarias de 1969 –indicador ambiguo por otra parte, ya que una tasa elevada de abstención tal vez puede que sea el producto de un rechazo explícito a participar, es decir una verdadera toma de posición negativa, o puede que sea la expresión de un sentimiento de impotencia política, resultante de un proceso de desposeimiento-, se observa que la tasa de votantes es máxima en los establecimientos, las disciplinas o las facultades que se definen claramente en relación con las profesiones precisas a las que conducen, sea, por ejemplo las facultades de medicina (68%) y, en un grado menor, las facultades de derecho (53%) o, en el otro extremo de la jerarquía universitaria, las IUT (77%); inversamente, la tasa es débil en las facultades o disciplinas que conducen a las profesiones correspondientes a las posiciones muy fuertemente dispersadas en la jerarquía social: Netamente inferior en las facultades de letras (42%) y de ciencias (43%) en su conjunto, se establece su nivel más bajo en las disciplinas como la sociología (26%) y la psicología (45%), que, conduciendo a las profesiones particularmente dispersas y ambiguas, se oponen netamente a las disciplinas que abren derecho al profesorado de segundo grado, como la literatura francesa (60%), el griego (68,5%), el latín (58%), la historia (55%)o la geografía (54,4%) –la filosofía dejada a un lado ya que, por el porvenir que propone, se parece a las ciencias sociales y tiene una tasa muy baja, 20% (le Monde, 13 de marzo de 1969)[12]. La estructura de la distribución según las facultades en provincia es la misma, aunque la participación se sitúa en conjunto a un nivel más elevado (sin duda por una parte en función del efecto de la talla de los establecimientos que se observa por todos lados)[13].

Pero no se comprende totalmente el rol espacial de las nuevas disciplinas, y particularmente de la sociología, en el desencadenamiento de la crisis, si no se ve que esas posiciones son el lugar donde se realiza la coincidencia de los efectos de dos crisis latentes de máxima intensidad. Inferiores e indeterminadas a la vez, las nuevas disciplinas de las facultades de letras estaban predispuestas a acoger sobre todo a los estudiantes originarios de la clase dominante que, habiendo conocido un débil éxito escolar, estaban dotados entonces de aspiraciones fuertemente desajustadas en relación con sus chances objetivas de éxito social; y a los estudiantes de las clases medias relegados fuera de las filiales nobles y amenazados con ser decepcionados en sus ambiciones a falta de poseer el capital social indispensable para hacer valer sus títulos devaluados; por otra parte, ellas han debido, como se ha visto, responder al acrecentamiento muy rápido de la población de los estudiantes reclutando en gran número docentes subalternos débilmente integrados a la institución universitaria y llevados al resentimiento por la contradicción entre la elevación de sus aspiraciones resultantes de su acceso (más o menos) inesperado a la enseñanza superior y la decepción de esas aspiraciones acarreada por el mantenimiento en los grados inferiores de la jerarquía universitaria[14].

De la misma manera que la heterogeneidad social y escolar parece dar cuenta de las actitudes de los estudiantes con respecto al movimiento de Mayo, de la misma manera la dispersión de las trayectorias pasadas, y sobre todo potenciales, y las tensiones correlativas entre los grados parecen estar al principio de las diferentes actitudes de los docentes. Basta para convencerse con poner en relación mentalmente las características sincrónicas y diacrónicas del cuerpo docente de las diferentes disciplinas y su participación diferencial en el movimiento de Mayo o la intensidad que allí han revestido los conflictos entre los docentes de diferentes grados. Pero, para llevar también tan lejos como sea posible la demostración, se puede aplicar el análisis de caso de los docentes de geografía y sociología, que si bien pertenecen a dos disciplinas dominadas, presentan diferencias propias al explicar el hecho de que hayan jugado roles muy diferentes en el movimiento y en los conflictos ulteriores a propósito del porvenir del sistema de enseñanza. Cuando los geógrafos, que están situados en el nivel más bajo de las jerarquías tanto sociales como escolares, presentan un conjunto de características sociales y escolares fuertemente cristalizadas en todos los grados, los sociólogos se caracterizan por una discordancia muy marcada entre estas características, sobre todo en los niveles inferiores de la jerarquía: la parte de los alumnos de escuelas normales, igualmente débil en los colegios A y B (4,5% y 3%) en los geógrafos, es relativamente fuerte (25%) en los sociólogos de la cima de la jerarquía (muy cerca de los historiadores, 24%, y de los psicólogos, 27%) que, además, son muchas veces nacidos de la filosofía, cuando ella está entre las más débiles (5,5% contra 10% en psicología y 13% en historia) en los sociólogos de nivel inferior (colegio B) si bien la parte de los docentes nacidos de la clase dominante es poco a poco tan elevada en esas categorías como en el nivel superior (colegio A)[15]. Esta doble discordancia (fundada sobre una distribución casi quiasmática* de los títulos sociales y escolares según los grados) entre la cima y la base de la jerarquía está sin duda la expresión más visible de una dualidad de los modos de reclutamiento que resulta de la ambigüedad estructural de la disciplina al mismo tiempo que la refuerza: la sociología, disciplina pretenciosa, como decía en alguna parte George Canguilhem[16], que se sitúa en aspiración en la cima de la jerarquía de las ciencias, rivalizando entonces con la filosofía a la cual pretende reemplazar en las ambiciones pero con el rigor de ciencia, es también un refugio, pero un refugio de lujo que ofrece a todos aquellos que quieren afirmar las grandes ambiciones de la teoría, de la política y de la teoría política, el máximo beneficio simbólico para el mínimo derecho de entrada escolar (el lazo con la política explica que ella sea a los estudiantes de origen social elevado y de éxito escolar mediocre, lo que la psicología es a los estudiantes dotados de las mismas propiedades)[17]. Se comprende que los sociólogos y los geógrafos se hallen tan claramente distinguidos, al seno del movimiento de contestación de la Universidad, al punto de simbolizar, particularmente en el movimiento sindical, la oposición entre la tendencia “izquierdista” y la tendencia “reformista”, entre la contestación global y “radical” de la institución universitaria y del mundo social y la reivindicación “corporatista” poniendo el acento en las carreras de los docentes o en la transformación de los métodos y contenidos de la enseñanza.

Para dar la intuición inmediata de la afinidad estructural entre los estudiantes y los docentes subalternos de las nuevas disciplinas, entre las cuales se han reclutado un buen número de los líderes de Mayo, bastaría con presentar de un lado las curvas del acrecentamiento entre 1950 y 1968 de los alumnos de las grandes escuelas y de los estudiantes en letras o en ciencias, y del otro aquellas de los profesores titulares y de los docentes subalternos (asistentes y maestro-asistentes): cuando la población de los profesores y la de los alumnos de Escuelas normales superiores, que tienen las chances de devenir profesores de enseñanza superior netamente más fuertes que los estudiantes, quedan poco a poco estables, las dos otras poblaciones, las de los docentes subalternos y la de los estudiantes, han conocido un crecimiento muy fuerte. En consecuencia, los alumnos de las grandes escuelas pueden reconocer en sus profesores (de clase preparatoria o de facultad) los ocupantes de una posición que podrá ser la suya un día; al contrario, los estudiantes, pero también aquellos entre los asistentes que, habiéndose beneficiado del nuevo modo de reclutamiento, no tienen las propiedades secundarias (el título de educación normal o de agregado), de hecho siempre necesarias para acceder al profesorado, y que, sobre todo en ciencias y en las nuevas disciplinas de las facultades de letras, son muy cercanas a los estudiantes, se sienten sin duda menos inclinados a instituir con los profesores titulares la relación de identificación anticipada que, sin duda bien hecha para favorecer la inversión, es sobre todo favorable a la perpetuación de la adhesión al orden pedagógico[18]. Dicho de otra forma, la relación paradójica que se establece desde hace mucho tiempo en ciencias y en letras –y que se ha impuesto también desde hace poco en ciencias económicas- entre los maestros nacidos de los concursos más selectivos y los alumnos menos seleccionados, tiende a instaurarse entre los docentes subalternos, a menudo nacidos de la población de los estudiantes y excluidos de hecho de la carrera que conduce a las posiciones de profesor, y los profesores titulares, en quienes, a diferencia de los herederos legítimos, ellos no pueden ver la realización de su propio porvenir[19]. Resumiendo, la línea virtual de fractura pasa más y más claramente entre los profesores y los asistentes o los maestro-asistentes, que, en su mayoría, están objetivamente más cerca de los estudiantes que de los profesores titulares. Esta ruptura de la cadena de identificaciones anticipadas, fundadas en el orden de las sucesiones que tienden a reproducir, es de naturaleza favorable a un tipo de secesión de los agentes que, excluidos de la carrera al porvenir inscripto justo ahí en su posición, son llevados a poner en cuestión la carrera misma. Y puede reconocerse allí sin duda una realización particular de un modelo general de los procesos revolucionarios: la ruptura objetiva del círculo de esperanzas y chances conduce a una fracción importante de los menos dominados entre los dominados (aquí las categorías intermedias de docentes, en otra parte los pequeños burgueses) a salir de la carrera, es decir de una lucha de competencia que implica el reconocimiento del juego y de las apuestas hechas por los dominantes, y a entrar en una lucha que puede llamarse revolucionaria en la medida en que ella apunta a instituir otras apuestas y a redefinir así más o menos completamente el juego y las cartas que permiten triunfar allí.

La sincronización.

Los estudiantes y los asistentes en sociología representan así uno de los casos de la coincidencia entre las disposiciones y los intereses de agentes que ocupan posiciones homólogas en campos diferentes que, a través de la sincronización de las crisis latentes de diferentes campos, han vuelto posible la generalización de la crisis. De tales convergencias, favorables a la puesta en fase de las crisis locales o de alianzas coyunturales, se observaban en el conjunto de las facultades de letras y de ciencias, donde el desencantamiento de una fracción importante de los docentes subalternos, frente a un puesto difícil y consagrados a carreras mutiladas, reencontraban aquella de los estudiantes correspondientes, amenazados por el desclasamiento ligado a la devaluación de los títulos; ellas se observaban también entre el conjunto de aquellos que, en el campo universitario mismo, entraban en la contestación de aquellos que, fuera del campo, ocupaban posiciones homólogas, estructuralmente y tal vez funcionalmente, como los agentes subalternos de las instancias de producción y de difusión culturales.

Una crisis regional puede extenderse a otras regiones del espacio social y transformarse así en una crisis general, un acontecimiento histórico, en tanto que por el efecto de aceleración que ella produce, ella tiene el poder de hacer coincidir los acontecimientos que, siendo dado el tempo diferente que cada campo debe a su autonomía relativa, debía normalmente abrirse o cerrarse en orden disperso o, si se quiere, sucederse sin organizarse necesariamente en una serie causal unificada, tal como aquella que sugiere fuera de tiempo, a favor de la ilusión retrospectiva, la cronología de la historia. Se sigue que la posición de los diferentes campos en la crisis general y los comportamientos de los agentes correspondientes dependerán, en gran parte, de la relación entre los tiempos sociales propios a cada uno de esos campos, es decir, entre los ritmos a los que se cumplen en cada uno de ellos los procesos generadores de las contradicciones específicas.

No pueden comprenderse los roles tenidos en la crisis por las diferentes facultades o disciplinas o mismo por los individuos que han aparecido como las encarnaciones del movimiento (particularmente Daniel Cohn-Bendit, estudiante en sociología en Nanterre, Jacques Sauvageot, líder de la UNEF[vi], y Alain Geismar, maestro-asistente de física en Paris, y secretario general del SNESup[vii]) sino a condición de saber que, en aquel momento del tiempo objetivo, donde la crisis se declara en las facultades de letras, las condiciones estructurales que han favorecido la aparición estaban presentes desde hacía más de diez años en las facultades de ciencias –donde el SNESup, que ha jugado un rol determinante en la generalización del movimiento, estaba muy fuertemente implantado, y desde hacía mucho tiempo- mientras que ellas comenzaban solamente a aparecer en las facultades de derecho.

La crisis como coyuntura, es decir como conjunción de series causales independientes, supone la existencia de mundos separados pero que participan a la vez del mismo universo en su principio y en su funcionamiento actual: la independencia de series causales que, como dice Cournot, “se desarrollan paralelamente” supone la autonomía relativa de los campos; el encuentro de esas series supone la dependencia relativa con respecto a las estructuras fundamentales –especialmente aquellas de la economía- que determinan lo axiomático de los diferentes campos. Es esta independencia en la dependencia lo que hace posible el acontecimiento histórico, -las sociedades sin historia que son tal vez las sociedades tan indiferenciadas que no hay lugar para el acontecimiento propiamente histórico que nace en el cruce de historias relativamente autónomas. Tomar en cuenta la existencia de esos mundos “en cada uno de los cuales, como dice todavía Cournot, se puede observar un encadenamiento de causas y de efectos que se desarrollan simultáneamente, sin haber entre ellos conexión, sin ejercer los unos sobre los otros una influencia apreciable”, es escapar a la alternativa, donde uno se encierra seguido, de la historia estructural y de la historia acontecimiental y darse el medio de comprender que los diferentes campos, a la vez relativamente autónomos y estructurados, pero también abiertos, y ligados a los mismos factores, entre ellos entonces, puedan entrar en interacción para producir un acontecimiento histórico en el cual se expresen a la vez las potencialidades objetivamente inscriptas en la estructura de cada uno de ellos y los desarrollos relativamente irreductibles que nacen de su conjunción.

La sincronización como coincidencia en el mismo tiempo objetivo (aquel que marca la fecha histórica) de las crisis latentes propias a cada sector del campo universitario o, lo que es lo mismo, la unificación de los diferentes campos que resulta de la puesta en suspenso provisoria de los mecanismos tendientes a mantener la autonomía relativa de cada uno de ellos, engancha en el mismo juego, con posiciones idénticas, agentes que ocupaban hasta ahí posiciones homólogas en campos diferentes. El efecto de sincronización ejercido por los acontecimientos críticos que están en el origen cronológico de la crisis y que pueden tolerar una parte de accidente (imputable a los factores externos al campo, como la violencia policial) no se ejerce completamente si no existe una relación de orquestación objetiva entre los agentes en crisis del campo llegado al estado crítico y otros agentes, dotados de posiciones similares (identidad de condición). Pero, en otra forma, los agentes sometidos a condiciones de existencia muy diferentes y dotados por ello de habitus muy diferentes, divergentes si se quiere, pero que ocupan en los campos diferentes posiciones estructuralmente homólogas a la posición ocupada por los agentes en crisis en el campo en crisis (homología de posición) pueden reconocerse sin razón (alodoxia) o con ella en el movimiento o, más simplemente, tomar la ocasión creada por la ruptura crítica del orden ordinario para hacer avanzar sus reivindicaciones o defender sus intereses.

Partiendo de las nuevas disciplinas de las facultades de letras y de ciencias humanas para extenderse al conjunto del campo universitario, la crisis ha encontrado su terreno de elección en las instituciones de producción y difusión de bienes culturales de consumo masivo –organismos de radio y televisión, cine, órganos de prensa, de publicidad o de marketing, institutos de sondeos, organizaciones de la juventud, bibliotecas, etc.- que, habiendo ofertado, a favor de un acrecentamiento rápido y considerable en volumen, toda una variedad de posiciones nuevas a los productos de la Universidad amenazados por el desclasamiento, son el lugar de contradicciones análogas a aquellas que conoce el sistema de enseñanza: animados por ambiciones intelectuales que no han podido siempre realizarse en las obras propias al hecho de abrir el acceso a las posiciones reconocidas en el campo intelectual, los nuevos agentes de la manipulación simbólica son llevados a vivir en el malestar o el resentimiento la oposición entre la representación que ellos tienen de su tarea como creación intelectual aparte entera y los apremios burocráticos a las cuales ellos deben plegar su actividad; su humor anti-institucional, constituido en lo esencial en su relación ambivalente con una Universidad que no los ha reconocido plenamente, no puede más que reconocerse en todas las formas de contestación de las jerarquías culturales de las que la revuelta de los estudiantes y de los docentes subalternos contra la institución escolar representa sin duda la forma arquetípica. Es decir que no puede imputarse sólo a los efectos de moda o de “contaminación” (se ha pensado mucho la difusión sobre el modo del contagio) el parentesco entre los temas que se inventan y se expresan en los sectores más alejados del “movimiento”, a favor del levantamiento de la censura que ofrece una ocasión de mostrar las pretensiones, ver las pulsiones sociales, muchas veces apenas eufemizadas por una apariencia de universalización política[20].

La temática espontaneísta que hace la unidad de las “ideas de Mayo”, combinación más o menos anárquica de migajas descontextualizadas de mensajes diversos, y que es destinada sobretodo a reafirmar las complicidades fundadoras de las comunidades emocionales, funciona bajo el modo que Malinowski llama “fático*”, es decir en tanto comunicación que no tiene otro fin más que ella misma, o, lo que viene a lo mismo, el reforzamiento de la integración del grupo[21]. El “izquierdismo práctico” sin duda debe mucho menos de lo que se ha creído a la difusión de ideologías sabias –como aquella de Marcuse, invocado más seguido por los comentadores que por los actores- mismo si, según la lógica característica de la profecía, ciertos porta palabra han debido una parte de sus efectos y de su carisma a su arte de llevar en la calle y en el debate público las versiones vulgarizadas de los saberes sabios, reducidos muchas veces a temas y palabras inductoras que estaban hasta ese momento reservadas al intercambio restringido entre los doctores (“represión” y “represivo”, por ejemplo). La apariencia de la difusión resulta en efecto de la multiplicidad de las invenciones simultáneas, pero independientes, aunque objetivamente orquestadas, que realizan en puntos diferentes del espacio social, pero en condiciones similares, los agentes dotados de habitus similares y, si puede decirse, de un mismo conatus social, entendiendo por ello esta combinación de las disposiciones y de los intereses asociados a una clase particular de posición social que inclina a los agentes a esforzarse en reproducir, constantes o aumentadas, incluso sin tener necesidad de saberlo ni de quererlo, las propiedades constitutivas de su identidad social. Ninguna producción ideológica expresa mejor, en efecto, las contradicciones específicas y los intereses materiales o simbólicos de los intelectuales subalternos –actuales o potenciales- de las grandes burocracias de la producción cultural, cuyo paradigma más antiguo es evidentemente la Iglesia, que la temática que se inventa entonces, en la apariencia de la libertad más anárquica, según un pequeño número de esquemas generadores comunes tales como las oposiciones entre la invención y la rutina, la concepción y la ejecución, la libertad y la represión, formas transformadas de la oposición entre el individuo y la institución. La contestación típicamente herética de las jerarquías culturales y de la palabra de aparato que, en una variante moderna de la idea de sacerdocio universal, profesa una suerte de derecho universal a la expresión espontánea (el “derecho a la palabra”), manteniendo una relación evidente con los intereses específicos de los intelectuales dominados de las grandes burocracias de la ciencia y de la cultura: oponer la “creatividad natural” y “espontánea” que todo individuo encierra en sí a la competencia socialmente, es decir escolarmente garantizada, es, a través de la palabra de orden humanista, denunciar el monopolio de la legitimación cultural que se arroga el sistema de enseñanza y del mismo golpe desvalorizar la competencia, certificada y legitimada por la institución universitaria, de los agentes que, en nombre de cierta competencia, ocupan los escalones más elevados de la jerarquía institucional. Y en otra forma se ve la afinidad especial que unió a esta representación de la cultura a todos aquellos que no habían conseguido hacer reconocer y consagrar escolarmente un capital cultural heredado.

Es todavía al efecto de las solidaridades fundadas sobre las homologías estructurales entre los ocupantes de las posiciones dominadas en los campos diferentes, y muchas veces asociados a la experiencia del desclasamiento estructural, que se debe atribuir la extensión de la crisis más allá del campo universitario y de los campos directamente emparentados, –sin olvidar evidentemente la acción propia de los aparatos sindicales y políticos, de los cuales una de las funciones ordinarias, en tanto burocracias centrales (nacionales), es precisamente trabajar para la generalización controlada de los movimientos locales (con la orden de huelga general, por ejemplo). En efecto, del hecho de que todo campo tienda a organizarse alrededor de la oposición entre las posiciones dominantes y las posiciones dominadas, existe siempre una relación bajo la cual los agentes de un campo determinado pueden agregarse o ser agregados a los agentes que ocupan una posición homóloga en otro campo, por más alejado en el espacio social que esté esta posición y por más diferentes que puedan ser las condiciones de existencia que ella ofrece a sus ocupantes y, del mismo golpe, los habitus de los cuales están dotados: es decir que todo agente puede afirmarse solidario de los agentes que ocupan las posiciones homólogas en otros campos, pero a condición de hacer como si la afinidad que los une bajo esa relación abstracta y parcial valiera también, si no bajo todas las relaciones (lo que es prácticamente imposible), al menos bajo un conjunto de relaciones determinantes, particularmente desde el punto de vista de la probabilidad de constituirse como grupo movilizado y socialmente activo. Pero la homología de posición no debe hacer olvidar la diferencia entre los campos, a pesar de que la historia intelectual, política y artística haya suministrado numerosos ejemplos de esta confusión. Se conoce la representación que los artistas y los escritores de la primera mitad del siglo XIX, más atentos a su posición dominada en el campo de poder que a su posición dominante en el campo social, se hacían de su relación con los “burgueses” en la fase más aguda de su lucha por la conquista de la autonomía del campo de producción cultural. Pero, de manera más general, el sub-campo de pertenencia (muchas veces confundido con el espacio de interconocimiento y de interacción) tiende siempre a producir un efecto de pantalla: los agentes tienden a percibir la posición que ellos ocupan más distintamente y, en el caso de los dominados, más dolorosamente, que la posición que ocupa él mismo en el campo más vasto donde él se inscribe y, más claramente, a la vez, que su posición real en el espacio global.

La homología de posición entre los dominados en el campo de poder y los dominados en el campo social tomada en su conjunto provee una respuesta sociológica a la cuestión de la “conciencia exterior” (como decía Kautsky), suerte de desvío a beneficio de los dominados de una parte de la energía social acumulada. Y la situación de dominados (relativos) al segundo empuje que es aquel de los intelectuales de segundo orden desde el punto de vista de los criterios específicos del campo intelectual en un momento determinado explica su inclinación a llevarse hacia los movimientos reformistas o revolucionarios y a importar de allí, bien seguido, una forma de anti-intelectualismo del cual el jdanovismo, pero también el humor völkisch de los revolucionarios-conservadores, han provisto realizaciones ejemplares. Se comprende así que una crisis propia a un campo donde la oposición entre dominantes y dominados reviste la forma del acceso desigual a los atributos de la competencia cultural legítima, tiende a favorecer la eclosión de temas ideológicos subversivos tales como la denuncia del “mandarinato” y de todas las formas de autoridad estatutaria fundadas bajo la competencia escolarmente garantizada, que, sobre la base de la homología como parecido en la diferencia, es decir del malentendido parcial, permiten pensar según la misma lógica las crisis propias a otros campos, divididos según otros principios. Es así que, en la mayor parte de los movimientos revolucionarios, los dominados “relativos” que son los intelectuales y los artistas, o, más precisamente, los intelectuales y los artistas dominados, tienden a producir las formas de aprehensión, de apreciación y de expresión que pueden imponerse a los dominados sobre la base de la homología de posición.

De hecho, la realidad es más compleja: ciertas oposiciones propias a los profesionales de la política o del sindicalismo pueden en efecto tomar apoyo sobre las oposiciones homólogas entre los dominados, particularmente aquella que se establece entre los trabajadores permanentes, más conscientes, y más organizados, y los sub-proletarios, desmoralizados y desmovilizados. Es así que los representantes al seno del movimiento obrero de las tendencias cientistas y autoritarias, o, si se quiere, tecnocráticas, lo más a menudo poseedores de un capital de competencia específica (la teoría, la ciencia económica, el materialismo dialéctico, etc.), tiende a apoyarse espontáneamente sobre el proletariado más estable y más integrado, en tanto que los defensores de posiciones espontaneístas, libertarias, a menudo menos ricos en capital cultural y más llevados a las actividades prácticas del conductor o del agitador que a aquellas de pensador, tienden a hacerse los portavoces de las fracciones más bajas y menos organizadas de los dominados, particularmente del sub-proletariado.

No se puede asignar límites a priori al juego de la asimilación y de la disimilación por el cual las solidaridades más o menos ficticias pueden instaurarse entre los agentes que tienen en común una propiedad estructural: las alianzas que se engendran en ese juego pueden ser tanto más grandes en cuanto son más dependientes de la coyuntura particular que las ha hecho surgir y en cuanto comprometen menos fuertemente los intereses más vitales de los agentes, que parecen no entrar allí más que de manera parcial y distante, bajo el aspecto social más abstracto y genérico (por ejemplo en tanto seres humanos sometidos a una forma cualquiera de dominación o de violencia y al precio de una puesta en suspenso más o menos total de todo eso que está asociado a las condiciones de existencia particulares). Las alianzas fundadas sobre las homologías de posición –por ejemplo aquellas que se han establecido, coyunturalmente, entre los agentes que ocupan posiciones dominadas en el campo social tomado en su conjunto- son de esta suerte: a menos que se instale en el imaginario, como numerosos reencuentros soñados entre los “intelectuales” y el “proletariado”, ellas tienen tantas más chances de surgir y de durar en cuanto que los compañeros que se reúnen a la distancia alrededor de palabras de orden vago, de plataformas abstractas y de programas formales, tienen menos ocasión de entrar en las interacciones directas, de verse y de hablarse; en efecto, los encuentros ponen en presencia no individuos abstractos, definidos solamente bajo la relación de su posición en una región determinada del espacio social, sino personas totales de las cuales todas las prácticas, todos los discursos y hasta la simple apariencia corporal expresan habitus divergentes y, al menos potencialmente, antagonistas.

La crisis como revelador.

Instaurando un tiempo objetivo, o si se quiere, histórico, es decir trascendente a las duraciones propias a los diferentes campos, la situación de crisis general vuelve prácticamente contemporáneos, por un tiempo más o menos largo, agentes que, más allá de su contemporaneidad teórica, evolucionan en tiempos sociales más o menos completamente separados, teniendo cada campo su duración y su historia propias con sus fechas, sus acontecimientos, crisis o revoluciones, sus ritmos de evolución específicos. Más aún ella vuelve contemporáneos de ellos mismos a los agentes de los cuales la biografía es justiciable lo mismo de sistemas de periodización que hay de campos a ritmos diferentes en los cuales participan. Y el mismo efecto de sincronización que explica la lógica colectiva de la crisis, particularmente eso que se percibe como “politización”, explica también la relación entre las crisis individuales y las crisis colectivas de las que son la ocasión: favoreciendo la intersección de espacios sociales distintos y haciendo encontrarse en la conciencia de los agentes las prácticas y los discursos a los que la autonomía de los diferentes campos, y el desplazamiento en la sucesión de elecciones contradictorias que ella autoriza, asegura una forma práctica de compatibilidad, la crisis general produce los conflictos de legitimidad que dan lugar muchas veces a discusiones últimas; ella impone revisiones desgarradoras destinadas a restaurar, al menos simbólicamente, la unidad de la “conducta de la vida”.

La sincronización tiene por efecto principal obligar a introducir en las tomas de posición una coherencia relativa que no es exigida en tiempos ordinarios, es decir cuando la autonomía relativa de los espacios y de los tiempos sociales hace posible ocupar sucesivamente posiciones distintas y producir tomas de posición diferentes o divergentes, pero conformes en cada caso alas exigencias de la posición ocupada: la propensión a las sinceridades sucesivas está inscripta en la pluralidad de las posiciones sociales (muchas veces ligada a la pluralidad de las locaciones espaciales) que crece, se sabe, cuando uno se eleva en la jerarquía social. (He aquí uno de los fundamentos de la impresión de “autenticidad” que procuran los ocupantes de las posiciones dominadas, socialmente asignadas a una posición profesional única y muchas veces definida de manera rígida, y poco dotados por ello de las disposiciones necesarias para ocupar sucesivamente las posiciones diferentes, puesto que las disposiciones impuestas por esas condiciones de existencia unitaria encuentran un reforzamiento en los mandamientos explícitos de la ética, que valoriza la gente “de cuerpo entero”, “yo soy así”, etc.). Obligando a organizar todas las tomas de posición en referencia a la posición ocupada en un campo determinado y sólo a ella, la crisis tiende a sustituir la división en campos claramente distintos (según la lógica de la guerra civil) por la distribución continua entre dos polos y a todas las pertenencias múltiples, parcialmente contradictorias, que la separación de los espacios y de los tiempos permite conciliar. Dicho de otra forma, imponiendo resolver todas las cosas a partir de un principio de elección único y excluyendo así los falsos-fugitivos y las escapatorias asociadas a la pluralidad de los cuadros de referencia, ella trata como un revelador, y desanima o prohíbe las concesiones más a menudo tácitas que explícitas (“se deja decir”, “se cierran los ojos”), los compromisos, los acomodamientos, las transacciones y los compromisos que vuelven la coexistencia tolerable; forzando a elegir y a proclamar sus elecciones, multiplicando las situaciones donde no elegir es todavía una manera de elegir, ella resuelve en el flujo más o menos concientemente mantenido para con y contra todos los factores de fisión. Los sentimientos y los juicios reprimidos surgen a la luz del día y podrían emplearse, para describir los efectos de sincronización y de alternativa inevitable que ella impone, las palabras de Lanzón a propósito del caso Dreyfus (subrayando de paso la validez general del análisis propuesto): “Cada grupo, cada individuo muestra, si puedo decir, el fondo de su bolsillo, y su tendencia interior”[22].

Este efecto se encuentra redoblado, en el caso de una crisis de dominante simbólico, por la puesta en cuestión global, apelando a una respuesta sistemática, que determina la aparición en un sector del universo de actos y de discursos paradójicos, discrediting events, como dice Goffman, de manera que estremece la doxa sobre la que reposa el orden ordinario: esas son las situaciones extraordinarias en las que el paradigma es sin duda el “juntarse general” poniendo en escena, en los locales universitarios mismos, y tal vez en presencia de los profesores, la inversión simbólica de la relación pedagógica ordinaria (con, por ejemplo, el tuteo de los profesores más canosos) y la trasgresión práctica o explícita de los presupuestos objetivos y sobre todo incorporados de esta relación; esos son los actores extraordinarios que revelan esas situaciones, estudiantes bruscamente salidos del anonimato, sindicalistas oscuros, conocidos sólo por los iniciados, promovidos seguido al estatuto de tribunos políticos, de líderes revolucionarios, etc.; esas son en fin todas las puestas en cuestión dramáticas o teatralizadas de las creencias y representaciones que los agentes ordinarios se hacen del mundo ordinario, tales como las destituciones simbólicas de las autoridades universitarias y las destrucciones simbólicas de los símbolos de los poderes económicos (la Bolsa), culturales (el Odeón o el hotel Massa) o, a la inversa, todas las formas de negación mágica de las relaciones sociales reales, con las diferentes ceremonias de fraternización simbólica.

Está claro que los discursos y las manifestaciones críticas no pueden romper la relación dóxica en el mundo social, que es efecto de la correspondencia entre las estructuras objetivas y las estructuras incorporadas, que por tanto ellos reencuentran, en la objetividad, el estado crítico propio a desconcertar, por su lógica propia, las anticipaciones y las esperas pre-perceptivas que fundan la continuidad sin historia de las percepciones y de las acciones del sentido común. Si la crisis se ha ligado en parte con la crítica, es que ella introduce en la duración una ruptura, que ella pone en suspenso el orden ordinario de las sucesiones y la experiencia ordinaria del tiempo como presencia de un porvenir ya presente; desordenando en la realidad o en la representación la estructura de las chances objetivas (de beneficio, de éxito social, etc.) a la cual se encuentra espontáneamente ajustada la conducta reputada como razonable y que hace el orden social como mundo con el cual se puede contar, es decir previsible y calculable, ella tiende a descubrir el sentido de la ubicación, sense of one’s place y sentido de la buena inversión, que es inseparablemente un sentido de las realidades y de las posibilidades que llamamos razonables. Esto es el momento crítico donde, en ruptura con la experiencia ordinaria del tiempo como simple reconducción del pasado o de un porvenir inscripto en el pasado, todo deviene posible (al menos en apariencia), donde los futuros parecen verdaderamente contingentes, los porvenires realmente indeterminados, el instante verdaderamente instantáneo, suspendido, sin continuación previsible o prescripta.

La crisis hace aparecer retrospectivamente el campo (en este caso, el campo universitario) en su verdad objetiva de sistema de regularidades objetivas, más o menos (muy poco, en ese caso) convertidas en reglas o en reglamentos explícitos, con los cuales cada agente puede y debe contar para organizar sus inversiones; las posibilidades objetivamente inscriptas en ese mundo son, en lo esencial, atribuidas de antemano y el capital (objetivado o incorporado) confiere los derechos de preferencia sobre los posibles, posiciones susceptibles de ser ocupadas, poderes o privilegios susceptibles de ser obtenidos. Es esta estructura temporal del campo, manifestada en las carreras, las trayectorias, los cursus honorum, que se encuentra en sacudida: la incertidumbre concerniente al porvenir que la crisis instituye en la objetividad de manera que cada uno puede creer que los procesos de reproducción son suspendidos por un momento, y que todos los futuros son posibles y para todos.

Va de suyo que la indeterminación provisoria de los posibles es percibida y apreciada muy diferentemente. Ella engendra esperanzas más o menos “locas” en algunos, puntualmente en todos aquellos que ocupan las posiciones intermediarias en los diferentes campos, que pretenden llevar a proyectar sobre el antiguo orden que continúan reconociendo íntimamente las aspiraciones nuevas que éste excluía y que su puesta en cuestión vuelve posibles. Para aquellos que, al contrario, han estado ligados en parte con el orden establecido y con su reproducción, es decir con el devenir “normal” de esta economía en la cual ellos han invertido todo, y desde siempre, el surgimiento de la discontinuidad objetiva, manifiestan brutalmente en la imaginación ciertas escenas ejemplares, bien hechas para atestiguar que “todo es posible” en un mundo dado vuelta –profesores reducidos a escuchar a los alumnos, Cohn-Bendit entrevistado por Sartre, etc.-, toma el aspecto de fin del mundo: las reacciones de los maestros más completamente identificados con ese mundo social que, durante mucho tiempo se inscribió en el tiempo cíclico de la reproducción simple, se emparentaba con las de las sociedades tradicionales, evocando la desesperación y el desorden de los ancianos de esas sociedades ante la irrupción de modos de vida y de pensamiento antagonistas a lo axiomático mismo de su existencia.

Tales como los viejos campesinos kabyles hablando de las maneras heréticas de cultivar de los jóvenes, no pueden más que decir su estupefacción, su incredulidad ante lo increíble, el mundo dado vuelta, desmentido en su creencia más íntima, de todo eso que les tiende al corazón: “Al contrario, pero ¿cómo decirlo? ¿Es verdad? ¿No es una mentira o una calumnia? Se me dice que los profesores habrían venido estas últimas semanas no solamente a rechazar tomar exámenes –lo que de suyo puede defenderse- si no a boicotearlos, marcando deliberadamente la forma incorrecta. Me lo dijeron, pero no pude creerlo. Los profesores que hicieran eso no serían más profesores. Ellos acabarían sin ninguna duda por desconsiderarnos. Pero, sobre todo, ellos arruinarían los valores sobre los cuales reposa nuestra vida profesional, cuyo principio mismo exige que ninguna falta sea posible.” (J. de Romilly, Nous autres professeurs, Paris, Fayard, 1969, p. 20). “…Los diarios y la radio no han cesado de decir durante la crisis de mayo y junio que los estudiantes y los “profesores” decían o hacían aquí o allá. Es verdad que los profesores en el sentido estricto de la palabra han manifestado junto a los estudiantes, para el horror visceral de la policía, pero en la inmensa mayoría de los casos, los universitarios que se han asociado a los estudiantes revolucionarios por la persecución de fines precisos han sido los asistentes o los maestro-asistentes. El público, al que no se le indicaba nada, se preguntaba con estupor durante la crisis y continúa preguntándose cómo es posible que los “profesores” hayan participado con furia en las manifestaciones dirigidas contra los “profesores”. (F. Robert, Un mandarin prend la parole, Paris, PUF, 1970, p. 48) De hecho, esos profesores invertidos han perdido mucho tiempo para salir del “estupor” donde los había arrojado “la irrupción de los bárbaros, inconscientes de su barbarie” (R. Aron, La révolution introuvable, Paris, Fayard, 1968, p. 13). Teniendo que defender lo inatacable, un universo sin obligaciones ni sanciones explícitas, fundado sobre el “consenso espontáneo” y la “adhesión a las evidencias” (Cf. R. Aron, op. cit., pp. 13, 45, 56), no tenían, propiamente hablando, argumentos. Por otra parte, se puede y se debe argumentar para defender lo que va de suyo? No hacen más que contar su actividad de enseñanza, como si la descripción (maravillada) de su práctica encerrara la prueba de su excelencia: “Que un docente digno de ese nombre implique la objetividad intelectual y, consecuentemente, una estricta neutralidad política en el ejercicio de nuestro oficio, he ahí una evidencia que no debería tener la necesidad de ser recordada” (J. de Romilly, op. cit., p. 14). El docente es evocado en un lenguaje casi religioso: la hora de curso es un instante de gracia, un momento de comunión intensa con los alumnos; y el alegato por la profesión se acaba en una profesión de fe y de amor: “Yo soy de esos que aman su oficio” (p. 9). “Yo estaba orgulloso de mi oficio y lo estoy todavía” (p. 8). “Yo he conocido la felicidad de enseñar; yo he conocido las virtudes universitarias, a la cabeza de las cuales viene la probidad, una probidad muchas veces empujada hasta el escrúpulo. Me divierten, los alumnos o los estudiantes que quieren controlar los exámenes. ¡Si ellos supieran! (p.15)

Al contrario, está claro que los docentes están tanto más inclinados a proyectarse en los posibles indeterminados que les ofrecen los disrupting events, a tirar sus fantasmas, a favor del levantamiento de la censura, sobre la página en blanco del porvenir así ofrecido, en tanto están menos ligados objetiva y subjetivamente, en su presente y en su porvenir, al antiguo estado del sistema, y a las garantías estatutarias de su competencia específica, en tanto tienen menos invertido y que tienen menos que esperar a cambio. Los habitus y los intereses asociados a una trayectoria y a una posición en el espacio universitario (facultad, disciplina, trayectoria escolar, trayectoria social) son el principio de la percepción y de la apreciación de los acontecimientos críticos y, por ello, la mediación a través de la cual los efectos de estos acontecimientos se efectúan en las prácticas.

Al efecto de la provocación simbólica que, haciendo surgir lo insólito o lo impensable, quiebra la adhesión inmediata a la evidencia del orden instituido, se agrega el efecto de todas las técnicas sociales de contestación o de subversión, que se trata tanto de manifestaciones como de transgresiones colectivas, de la ocupación de espacios reservados y del desvío a fines inhabituales de objetos o de lugares sociales cuya definición social se encuentra así suspendida, teatros, anfiteatros, ateliers, fábricas etc., o en fin, con la huelga local o general, de la puesta en suspenso de las actividades que estructuran la existencia ordinaria. La ruptura de los ritmos temporales que determina la huelga no tiene por efecto solamente producir tiempo libre, feriado, festivo; como los días feriados reproducen el efecto de sincronización producido por el acontecimiento histórico que ellos conmemoran, la huelga manifiesta y amplifica el efecto de sincronización de la crisis; sustituyendo a los tiempos de la existencia ordinaria, tiempos múltiples, específicos según los campos y llenos de todas las actividades inscriptas en los calendarios particulares, por un tiempo vago y casi vacío, común a los diferentes campos y a los diferentes grupos, que, como el tiempo de la fiesta en la descripción durkheimiana, es definido por la inversión de la temporalidad ordinaria, la huelga materializa y redobla, por el efecto simbólico de la manifestación, todos los efectos propios de la crisis.

El efecto de sincronización juega acá a pleno: el tiempo deviene un tiempo público, idéntico para todos, a la medida de los mismos reparos, a las mismas presencias, que, imponiéndose a todos simultáneamente, imponen a todos la presencia en el mismo presente. En otras palabras, de la misma forma que en la fiesta cada uno se encuentra reforzado en sus disposiciones festivas por el espectáculo que los otros le dan de su alegría, de la misma manera aquí cada uno se encuentra revelado a sí mismo, y así reforzado, o legitimado, en su malestar o su revuelta, por el hecho de ver extenderse y expresarse la revuelta o el malestar de los otros (lo que da tal vez a los debates el aire de psicodrama o de logoterapia). Queda entonces que la coincidencia no es jamás perfecta y que, detrás de la apariencia de homogeneidad que se retira del discurso de los portavoces, se disimula la diversidad de las experiencias y de las expresiones. Es así que por ejemplo que, cuando el malestar de los estudiantes y de los maestros nacidos de categorías sociales, hasta ese momento poco representadas en las instituciones de enseñanza secundaria y sobre todo superior, ha venido a expresarse, a favor de la crisis, y puntualmente en las regiones del espacio escolar donde esas categorías son las más representadas, como en las pequeñas universidades provinciales, se ha podido ver que el cuestionamiento que encerraba, aunque en apariencia menos radical y universal que aquella de la vanguardia parisina, más inclinada a las fraternizaciones simbólicas y a al verbalismo revolucionario, se orientaba sin duda más directamente hacia el inmenso zócalo de silencio que está en el fundamento de la institución universitaria[23]. Pero el movimiento desencadenado por la revuelta nobiliaria de los estudiantes de origen burgués no tenía más que pocas chances de llevar a la luz del día todo lo que escondía, en la fase de equilibrio, la complicidad inmediata entre los agentes y los presupuestos tácitos de la institución, efecto de la selección inseparablemente social y escolar de individuos que poseen las disposiciones isomorfas a las posiciones constitutivas del espacio universitario. En efecto, los diferentes portavoces titulares del movimiento estudiantil o de los sindicatos de docentes (u otros) no estaban apenas predispuestos a expresar un malestar que no tenía nombre en la fraseología de los aparatos políticos y sindicales, poco preparados para percibir y enunciar la dimensión propiamente cultural de la dominación. En cuanto al discurso espontaneísta de los cabecillas surgidos del movimiento de contestación, éste encuentra a menudo su principio –como lo dicen slogans tales como “¡La Sorbonne para los obreros!” o “¡Los obreros a la Sorbonne!”- en la negación mágica de los factores determinantes de ese malestar.

En el caso del sindicato de docentes dominante, el SNESup, la corriente que está sin duda más próxima de los nuevos entrantes y de los “intrusos” por su base social es también la más directamente inspirada o controlada por los aparatos más o menos desprovistos totalmente de reflexión libre y original sobre el sistema de enseñanza. La tendencia “izquierdista” que tiene la dirección del sindicato de 1966 a 1969 y que, a través de Alain Geismar, entonces secretario general, juega un rol importante en el movimiento de Mayo, propone una contestación global a la cultura llevada adelante por el sistema escolar, a las relaciones jerárquicas (entre patrones y asistentes, entre docentes y estudiantes) pensados sobre el modelo de las relaciones de clase como “relaciones de opresores a oprimidos”, y considera el sindicato como un organismo de “combate contra el sistema capitalista y su institución universitaria”. La tendencia opuesta, que toma la dirección del sindicato en ocasión del congreso extraordinario de marzo de 1969 (Cf. F. Gaussen, L’opposition proche du PC renverse la direction “gauchiste” du SNESup*, le Monde, 18 de marzo de 1969), y que es dominada por los militantes del Partido Comunista, tiende a concentrarse sobre las tareas propiamente sindicales y hace llevar lo esencial de las reivindicaciones sobre los “medios materiales”, la reforma de las carreras de los docentes, la democratización del acceso a la enseñanza superior, las “posibilidades de intervención al seno de los consejos de las unidades de enseñanza y de investigación”. La ausencia más o menos total de análisis del funcionamiento y de las funciones específicas de la enseñanza, el silencio absoluto, justificado por la preocupación de “preservar lo adquirido”, sobre las contradicciones mayores –entre las condiciones de la calidad científica de los docentes y de las enseñanzas y las condiciones de la democratización, por ejemplo- hacen que ese programa tienda a utilizar el imperativo de la “democratización del acceso a la enseñanza superior”, slogan vago y vacío, como ideología justificativa de las reivindicaciones corporatistas de los docentes subalternos que constituyen la base social del SNESup. Esto a favor de una amalgama, favorecida por la denuncia “izquierdista” de los “mandarines” y de los “conservadores” entre las jerarquías universitarias –que no son siempre completamente desprovistas de fundamento científico o técnico- y las jerarquías sociales, entre la “democratización” de la población de los enseñados y la nivelación de la población de los enseñantes.

Las opiniones publicadas.

Multiplicando las ocasiones propiamente políticas, manifestaciones, asambleas, meetings, etc., donde se elaboran y se profesan públicamente y colectivamente las tomas de posición políticas, mociones, peticiones, plataformas, manifiestos, programas, etc., la crisis conduce a la constitución de una problemática política común, de un espacio de tomas de posición constituidas, es decir explicitadamente puestas y notoriamente relacionadas con agentes y grupos socialmente situados, sindicatos partidos, movimientos, asociaciones, etc.[24]; desde entonces, que se debilite o no, que se sepa o no, ya no se puede evitar más situarse o ser situado en el espacio de posiciones posibles. Se ha terminado la ingenuidad y la inocencia política[25]. Concretamente, a través de todas las ocasiones que obligan a declararse o a traicionarse públicamente, es decir a “elegir su campo”, de buen grado o de mal grado, y cuyo caso límite está representado por esos tipos de confesiones públicas, libres o forzadas, que fueron tantas intervenciones en las asambleas del ’68, resumiendo, a través del develamiento generalizado de las opiniones políticas que ella favorece, la crisis política compele a cada agente (empujado también en ese sentido por todos los efectos ya analizados) a engendrar el conjunto de esas elecciones a partir de un principio propiamente político y a aplicar ese mismo principio a la percepción y a la apreciación de las elecciones de otros agentes[26]. Ella tiende de paso a introducir las separaciones definitivas entre gente que concordaba hasta ese momento porque dejaba a un lado, o al estado implícito, por una suerte de acuerdo tácito, las diferencias que podían separarlas, particularmente en materia política. Eso que se llama la “politización” designa el proceso al termino del cual el principio de visión y de división política tiende a llevar sobre todos los otros, que aproxima gente fuertemente alejada según los antiguos criterios y que aleja gente muy próxima en los juicios y las elecciones de la existencia anterior: la exaltación emocional suscitada por la “revuelta de los maestros-asistentes” a podido así llevar ciertos “universitarios eminentes” a reunirse, el espacio de una petición y tal vez durablemente, con los “profesores ordinarios” para con los cuales no había hasta allí más que desprecio[27]; entre tanto los acercamientos, destinados a aparecer en el otro campo como fraternizaciones contra natura, se establecen así, mas allá de las diferencias de grado, de estatutos y de competencia reconocida, entre aquellos que comulgaban en el “espíritu de Mayo”. La lógica del pensamiento clasificatorio que tiende así a imponerse lleva a cada uno a pensarse como persona colectiva, que habla con toda la autoridad de un grupo, al mismo tiempo que a instituir cada uno de los miembros de la clase opuesta como responsables de los hechos y de los malos hechos del conjunto del grupo en el cual participa: tal como el profesor que, en el curso de un seminario tenido durante la semana de Mayo, discute con sus estudiantes, se piensa –él lo dirá en sus Memorias – como instaurando una discusión con los “estudiantes maoístas” o con “el movimiento izquierdistas”[28]; y ese grupo de profesores eminentes que, al mismo momento, trabaja para preparar los principios de una reforma de la Universidad acoge con la atención debida a una persona moral las intervenciones de un estudiante en ciencias sin mandato que viene cada vez mas tomando parte en sus discusiones.

En la existencia ordinaria, el principio propiamente político de elegir no es en un sentido más que el relevo visible de factores que, como las disposiciones y los intereses, son ligados a la posición (en el espacio social, en el campo de poder y en el campo universitario); pero, en razón de su carácter explicito y diferencial de partido (o de partido tomado), posición afirmada y determinada negativamente por el conjunto de las posiciones diferentes u opuestas, permite la aplicación generalizada y sistemática de criterios específicamente políticos al conjunto de los problemas, y particularmente, a aquellos mismos que tocan solamente intereses secundarios, marginales (este efecto de generalización y de sistematización siendo evidentemente tanto más “exitoso” que el capital cultural es más importante y la inclinación y la aptitud a la coherencia más grande, lo que ubica a los universitarios y a los intelectuales, profesionales de la cosa, en una posición privilegiada). Es así que los maestros-asistentes que son favorables al cambio sobre un punto fundamental (para ellos y también para la reproducción del sistema), a saber la cuestión de las carreras, serán conducidos por la inquietud de obedecer al principio explicito y objetivado de sus opiniones políticas constituidas para tomar las posiciones progresistas sobre los problemas, universitarios (como la selección) u otros, que no tocan directamente sus intereses[29]. Y puede comprenderse mismo en esta lógica los casos, paradójicos, cuyo paradigma es aquel de los aristócratas del Ancien Régime convertidos a las ideas nuevas, donde las obligaciones formales de la coherencia llevan sobre el efecto de los intereses focalizados. Es porque no se pasa de las posiciones sociales a las tomas de posición sobre cuestiones secundarias mas que por la meditación de las opiniones políticas constituidas (lo que no quiere decir necesariamente publicadas, publicas), que esas tomas de posición nacidas de un principio explicito pueden amenazar (todo de manera teórica, al menos fuera de los tiempos de crisis) los intereses inscriptos en la posición. La crisis del campo universitario como revolución especifica que pone en cuestión directamente los intereses asociados a una posición dominante en ese campo tiene por efecto suspender la distancia en relación con los intereses propiamente universitarios que podía introducir la autonomía relativa de la lógica propiamente política: las reacciones primarias ante la crisis tienen claramente por principio la posición de los docentes en el campo universitario o, mas precisamente, el grado en el cual la satisfacción presente y futura de sus intereses específicos depende de la conservación o de la subversión de las relaciones de fuerza constitutivas del campo universitario. Si esas tomas de posición, cuyos determinantes sociales se encuentran así manifestados a la luz del día, pueden aparecer como conversiones o renegamientos, es que, por mucho tiempo el orden universitario no es amenazado, las tomas de partido especialmente sobre el terreno de la política general, pero también, aunque en los limites mas restringidos, sobre el terreno propiamente universitario, pueden tener por principio no la posición en el campo universitario sino, sobre todo para los profesores mas próximos al polo “intelectual”, la posición en el campo de poder y el partido político que es tradicionalmente inscripto, sobre el modo de ser y del deber ser, en las posiciones dominadas de ese campo. El desvío de los intereses primarios, inscriptos en el campo de pertenencia más próximo, obliga a renunciar a los juegos que permitían las pertenencias de niveles diferentes; y, numerosas tomas de partidos por o contra el movimiento de Mayo son racionalizaciones políticas, impuestas por el efecto de politización, de reacciones que no tiene la política por principio: la situación de la filología o la lingüística, o mismo de tal corriente de la lingüística, se deja percibir en los compromisos de apariencia puramente política –contra el Partido Comunista y los izquierdistas, o con el Partido Comunista y contra los izquierdistas, asimilados, en tal caso particular, al modernismo y, por ello, a Estados Unidos o al chomskysmo- donde se expresan las pulsiones y los impulsos, a menudo patéticos, de individuos o de grupos ligados a defender su ser social.

La ilusión de la espontaneidad.

El efecto de context awareness que resulta de la percepción global de posiciones manifiestas (y que se ejerce tanto más fuerte sobre los agentes en cuanto que la competencia política les es más fuertemente asignada socialmente) tiende sin duda a reducir la eficacia de los efectos de la allodoxia volviendo menos ligera, menos revuelta, entonces más legible que en la existencia ordinaria, la relación que se establece entre el espacio de las tomas de posición políticas y el espacio de las posiciones sociales. Pero va de suyo que las diferentes especies de opiniones objetivadas, manifestaciones, slogans, peticiones, manifiestos, plataformas y programas, que surgen en la situación de crisis son también alejados de la opinión dicha pública obtenida por la agregación estadística de opiniones aisladas (se sabe que la hostilidad de los aparatos políticos o sindicales a la de las consultas anónimas) que la opinión colectiva que nacería espontáneamente de la dialéctica espontánea de las opiniones individuales libremente expresadas y confrontadas, en la fusión y la efusión del entusiasmo revolucionario. Ni adición mecánica de las opiniones individuales, ni fusión mística de las conciencias exaltadas por la efervescencia colectiva, la producción simbólica de los tiempos de crisis no es diferente en su principio de aquella que se cumple en los tiempos ordinarios a través del intercambio –lo más a menudo en sentido único- entre los profesionales de la construcción y de la imposición de la definición del mundo social y aquellos que son considerados de expresarse –si eso no es más que, como lo hemos visto, la acción política de movilización de los dominados que encuentra un refuerzo en la crisis y los efectos de “politización” que ella determina. El mito de la toma de conciencia como fundamento de la reunión voluntaria de un grupo alrededor de intereses comunes conscientemente aprehendidos o, si se prefiere, como coincidencia inmediata de las conciencias individuales del conjunto de los miembros de la clase teórica con las leyes inmanentes de la historia que los constituyen como grupo al mismo tiempo que ellas le asignan los fines a la vez necesarios y libres de su acción, oculta el trabajo de construcción del grupo y de la visión colectiva de mundo que se cumple en la construcción de instituciones comunes y de una burocracia de plenipotenciarios encargados de representar el grupo potencial de los agentes unidos por las afinidades de habitus y de intereses, y de hacerlo existir como fuerza política en y por esa representación.

Ese trabajo no es sin duda jamás tan importante como en el periodo de crisis, donde el sentido de un mundo social más que nunca intotalizable vacila; y de hecho, los aparatos políticos y sobre todo los hombres de aparato, formados en las técnicas sociales de manipulación de grupos por la frecuentación de aparatos –se trataría de aquellos que hacen casi toda la realidad de tantos grupúsculos y de sectas políticas, más ricas en líderes que en militantes- no están tal vez jamás tan presentes y activas como en estas circunstancias. En las vastas reuniones semi-anónimas de los momentos críticos, los mecanismos de la competencia por la expresión y la imposición de la opinión legítima que, a la manera de los mecanismos de mercado, tratan, como dice Engels en alguna parte, “a pesar de la anarquía, en y por la anarquía”, favorecen a los poseedores de técnicas de oratoria y de técnicas organizacionales de unanimización y de monopolización del sentido y de la expresión del sentido (como el voto a mano alzada o por aclamación de mociones o de peticiones redactadas por algunos y a menudo muy poco inspiradas en las interminables discusiones que ellas habían considerado expresar, etc.)[30]. Paradójicamente, la aparición de portavoces hasta entonces desconocidos y el desafío que ellos han lanzado a los heraldos titulados de las grandes organizaciones políticas y sobre todo sindicales han disimulado que no hay sin duda situación más favorable a los profesionales de la toma de palabra pública de tipo político que las situaciones de crisis en apariencia totalmente abandonadas a la “espontaneidad de las masas”: y, de hecho, de la misma manera que los profetas del antiguo judaísmo eran a menudo tránsfugas de la casta de los sacerdotes, de la misma forma la mayor parte de los líderes surgidos del “esfuerzo popular” habían tomado en realidad sus clases políticas en aparatos diversos, el de los sindicatos estudiantiles o universitarios o el de los partidos, grupúsculos o sectas “revolucionarias” donde se adquiere una competencia específica, hecha en lo esencial de un conjunto de instrumentos lingüísticos y posturales, de una retórica a la vez verbal y corporal, que permite tomar y tener los lugares y los instrumentos institucionalizados de la palabra. Haría falta evocar el estilo típico del discurso de Mayo, teatralización populista del “discurso popular”, en el cual el encadenamiento sintáctico y articulatorio enmascara una formidable violencia retórica, violencia blanda, distendida, pero envolvente y punzante, especialmente visible en las técnicas de interpelación y de interrupción, de puesta en cuestión y de puesta en demora que permiten de tomar y tener la palabra, en las frases en golpe de puño, que cortan en seco todas las sutilezas analíticas, en la repetición obsesiva, destinada a desanimar la interrupción y la interrogación, etc.[31]. Se olvida en efecto que la toma de palabra, de la que tanto se ha hablado durante y después de Mayo, es siempre una toma de la palabra de los otros, o más bien de su silencio, como lo decían tan cruelmente esas reuniones de estudiantes y “trabajadores” donde los portavoces de los primeros ponían en escena la palabra y el silencio de los segundos: en efecto, al presidente de una sociedad de los agregados más o menos desprovistos de adherentes que habla en nombre de todos los agregados, al secretario de un sindicato que compromete al conjunto de sus adherentes sobre las palabras de orden surgidas de su sólo habitus o del efecto de entrenamiento del modelo soñado del líder revolucionario, al líder de un día de una asamblea general que llama a votar una moción revolucionaria a favor de la abolición de los diplomas o una reforma del estatus de la Universidad nacido de su imaginación corporativa; los individuos objetivamente comprometidos por el efecto de pertenencia categórica no pueden oponer más que el silencio resignado, las vanas revueltas de la protesta serial o la fundación sectaria de grupos disidentes, destinados a desaparecer o a conocer en sí todos los efectos de la desposesión de la delegación.

Queda que existe un tipo de incompatibilidad entre las situaciones de crisis y los aparatos, se trataría de aquellos que, como los partidos de izquierda o los sindicatos obreros, deben reproducir en tiempo ordinario ciertos efectos que la crisis produce también, pero de manera esencialmente discontinua y extraordinaria, como los efectos de “politización” y de movilización. Así, la acción de representación que hace la existencia percibida de la clase representada debe apoyarse sobre instituciones oficiales dotadas de permanencias (locales, oficinas, secretarías, etc.) y de permanentes que tienen a cumplir continuamente, o con una periodicidad regulada y regular, los actos destinados a mantener el estado de movilización del grupo representado y del grupo de los representantes (producción de volantes, pegado de afiches, venta de periódicos, distribución de cartas, relevamiento de cotizaciones, organización de congresos, de fiestas, de reuniones, de meetings, etc.) y que, apoyándose sobre los efectos de su acción permanente, pueden producir las crisis sobre el orden tales como manifestaciones, huelgas, paros de trabajo, etc. hay ahí al menos la virtualidad de una contradicción entre las tendencias inmanentes de la organización permanente, y aquellos que están ligados en parte con ella y con su reproducción, y los fines que se supone que sirve: La autonomización de una organización que deviene ella misma su propio fin lleva a sacrificar las funciones externas por las funciones internas de auto-reproducción. Así se explica que de los aparatos oficialmente mandados para producir o mantener los estados críticos puedan faltar a esa función cuando la crisis no es un efecto controlado de su acción y que ella encierra de esta manera una amenaza para su orden interno, sino su existencia misma.

Sin duda la situación de crisis puede ser más favorable que el orden ordinario para una subversión del espacio de los portavoces, es decir del campo político en cuanto tal. En efecto, por más pujante que sea el efecto de las técnicas sociales que tienden a contrarrestar o a encuadrar la improvisación de los no-profesionales, éstos, reforzados y sostenidos por el encuentro de disposiciones afines, pueden aprovechar el levantamiento de la censura para contribuir al efecto sin duda más importante y más durable de la crisis: la revolución simbólica como transformación simbólica como transformación profunda de los modos de pensar y de vida, y, más precisamente, de toda la dimensión simbólica de la existencia cotidiana. Funcionando como una suerte de ritual colectivo de ruptura con las rutinas y los apegos ordinarios destinado a conducir la metanoia, a la conversión espiritual, la crisis suscita innumerables conversiones simultáneas, que se refuerzan y se sostienen mutuamente; ella transforma la mirada que los agentes llevan de ordinario sobre lo simbólico de las relaciones sociales, y especialmente de las jerarquías, haciendo resurgir la dimensión política, altamente reprimida, las prácticas simbólicas más ordinarias: formulas de cortesía, gestos de presencia en uso entre los rangos sociales, las edades o los sexos, hábitos cosméticos y de la vestimenta, etc. Y sólo las técnicas del Bildungsroman podrían permitir hacer ver cómo la crisis colectiva y las crisis personales se sirven mutuamente de ocasión, cómo la revisión política se acompaña de una regeneración de la persona, atestiguado por los cambios de la simbología de la vestimenta y cosmética que sellan el compromiso total en una visión ético-política del mundo social, instituido en principio de toda la conducta de la vida, tanto privada como pública.


* Traducido del original en francés por Paula Miguel para uso interno de la cátedra.

(Ver P. Bourdieu, Homo Academicus, Paris, Minuit, 1984)

[1] H. Poincaré, Congrès de physique de 1900, I, 1900, 22, citado por G. Holton, L’invention scientifique, Themata et interprétation, trad. P. Scherer, Paris, PUF, 1982, p. 368.

[2] Sobre esta oposición, ver P. Bourdieu, Le marché des biens symboliques, l’Année sociologique, vol. 22, 1971, pp. 49-126.

[3] El hecho de que el sistema de enseñanza tienda a devenir el instrumento oficial de la de la redistribución del derecho a ocupar una parte, sin cesar creciente, de las posiciones y uno de los principales instrumentos de la conservación o de la transformación de la estructura de las relaciones de clase por el mantenimiento o el cambio de la cantidad y de la calidad (social) de los ocupantes de las posiciones en esta estructura, el número de agentes individuales o colectivos (asociaciones de padres de alumnos, administración, jefe de empresa, etc.) que se interesan en su funcionamiento y pretenden modificarlo mientras esperan la satisfacción de sus intereses, tiende a aumentar. Pueden verse índices de este proceso en la extensión de las asociaciones de padres de alumnos a las clases medias, la creación de un nuevo tipo de asociaciones familiares en las que la acción se lleva principalmente hacia el sistema de enseñanza, la aparición de grupos de presión específicos –tales como los que organizan los coloquios de Caen, Amiens u Orléans- reuniendo patrones, tecnócratas y maestros (y, secundariamente, el lugar reservado a los problemas de la enseñanza en los diarios, que hoy en día tienen uno o más “especialistas”, agrupados en asociación, o más aún la parte de las cuestiones consagradas a estos problemas en los sondeos de opinión).

[4] Estas reflexiones e interrogantes pueden, al parecer, ser extendidos a toda crisis (o revolución): a falta de aprehender como tal la lógica de los diferentes campos, ¿no es llevada, ya sea a darse como saliendo de sí la unidad de los acontecimientos revolucionarios, ya sea, a la inversa, a tratar las diferentes crisis sociales como momentos sucesivos correspondientes a grupos diferentes (revolución aristocrática, parlamentaria, campesina, etc.), movidos por diferentes móviles, de un grupo aditivo de crisis separadas, justiciables, en última instancia, de explicaciones separadas? Si cada revolución encierra en realidad varias revoluciones ligadas entre sí y reenvía entonces a varios sistemas de causas, ¿no es necesario reformular la pregunta sobre las causas y los efectos de la integración de crisis particulares? Etc.

[5] Sobre este punto, particularmente sobre la lógica propiamente estadística de la reproducción escolar y sobre los efectos unificadores de la experiencia común de la devaluación, ver P. Bourdieu, Classement, déclassement et reclassement, Actes de la recherche en sciences sociales, 24, noviembre 1978, pp. 2-23 y La distinction, pp. 147-185.

[6] Se ve así que todos aquellos (y son numerosos) que han querido pensar la crisis de Mayo según el esquema del conflicto de generaciones (en el sentido ordinario) se han dejado llevar por las apariencias. Se sabe que la devaluación de los títulos ha tenido efectos completamente diferentes según el origen social de los agentes concernidos.

[7] Entre las razones que limitan la validez de la analogía de la inflación –a la que he recurrido en una fase antigua de mi trabajo (Cf. P. Bourdieu, L’inflation des titres escolaires, Ronéotypé, Montreal, 1973)- está el hecho de que los agentes pueden oponer a la devaluación estrategias individuales o colectivas, como aquellas que consisten en producir nuevos mercados propios para hacer valer los títulos (creación de nuevas profesiones) o a modificar más o menos completamente los criterios que definen el derecho a ocupar las posiciones dominantes y, correlativamente, la estructura de posiciones al interior del campo de poder.

[8] Numerosas interacciones, e incluso de relaciones sociales más o menos durables, tienen por principio la búsqueda inconsciente de un reforzamiento objetivo de los sistemas de defensa que son siempre por una parte (pero en grados muy variables) las visiones del mundo social.

[9] La vuelta a las realidades, verdadera vuelta del retroceso social (que no tiene nada que ver con lo que se entiende ordinariamente por “toma de conciencia”), y el hundimiento de las defensas opuestas por mucho tiempo al descubrimiento de la verdad objetiva de la posición ocupada pueden tomar la forma de una crisis cuya violencia es sin duda tanto más grande en cuanto ha sido diferida por mayor tiempo (Cf. la “crisis de la cuarentena”) y que puede encontrar en la crisis colectiva un desencadenante y una ocasión de expresarse bajo una forma más o menos sublimada (como testimonian todos los casos de conversión ética o política asociados a la crisis de Mayo).

[10] Este modelo no permite comprender exactamente las reacciones individuales a la crisis: aquellas dependen de variables disposicionales, ligadas al origen social, de variables posicionales, ligadas a la posición de la disciplina y a la posición dentro de la disciplina (estatuto universitario y prestigio intelectual) y de variables coyunturales, particularmente de la intensidad de la crisis y de la crítica a la institución universitaria que depende de la disciplina (y de su localización parisina o provincial) y de las tomas de posición más frecuentes entre los agentes de un mismo rango o de un mismo estatuto.

[11] Los historiadores del porvenir encontrarán tal vez en los archivos de la policía las informaciones necesarias para testear el modelo.

[12] Para aquellos que verían una excepción en el rol que cierto número de estudiantes de las escuelas normales han tenido, antes y durante mayo de 1968, en los movimientos subversivos bastará recordar que el período 1960-1970 ha estado marcado por una caída de la posición escolar de la Escuela normal y también, sin duda, las posiciones sociales objetivamente ofertadas a los estudiantes de las escuelas normales –a pesar del reclutamiento de estudiantes de las escuelas normales en las facultades-, que coincide con una elevación del origen social de los alumnos. Así la parte de hijos de miembros de las profesiones liberales, ingenieros y cuadros superiores ha pasado del 38% entre 1958 y 1965, al 42% entre 1966 y 1973, y al 43,3% entre 1974 y 1977 en la ENS de la calle de Ulm, del 14% entre 1956 y 1965, al 28,6% entre 1966 y 1973, y al 32,2% entre 1974 y 1979 en la ENS de Saint –Cloud (J. N. Luc y A. Barbé, Histoire de l’Ecole normale supérieur de Saint-Cloud, Paris, Presses de la FNSP, 1982, tabla 10, p. 254, y tabla 6, p. 248).

[13] Parece que, de manera general, la crisis ha revestido distintas formas en las pequeñas facultades de provincia, donde el volumen de las poblaciones reunidas y la “reserva” en cabecillas políticos eran menos importantes, y donde, como se ha visto, las relaciones entre los grados eran cualitativamente muy diferentes.

[14] Los dos procesos que se encuentran así puestos en fase tienen su principio (al menos parcialmente) fuera del campo, el primero en el conjunto de factores que han determinado el acrecentamiento general de la escolarización secundaria y superior y la distribución diferencial de los alumnos de diferentes orígenes sociales entre las facultades y las disciplinas; el segundo en las relaciones entre los diferentes sectores del campo universitario y el mercado de trabajo o, si se prefiere, entre los títulos y los puestos ofrecidos en el momento en el mercado de empleo, con los efectos de “devaluación” diferencial que tocan a los diferentes títulos y, más o menos fuertemente según su capital social heredado, a los diferentes poseedores.

[15] En la mayor parte de las disciplinas, los investigadores son de origen social más elevado que los docentes: el 58% de los investigadores en sociología, el 52% de los investigadores en psicología, el 56,5% de los investigadores en geografía son originarios de las clases superiores, contra el 50%, 40%, 40,5% respectivamente de los docentes de la misma disciplina. Fenómeno comprensible, ya que las chances de acceder hoy en día a la carrera de investigación dependen fundamentalmente de la posibilidad de mantenerse en la posición de estudiante o de aprendiz de investigador (lo que, a pesar de becas y honorarios, supone disposiciones de medios económicos de hecho reservados a los más favorecidos) el tiempo suficiente para imponerse en un grupo de investigación (gracias a las relaciones, también desigualmente distribuidas) o para ganar el apoyo de un “patrón” influyente.

* El concepto que el autor propone aquí deriva de la palabra quiasmo: figura de la retórica que expresa un dilema (o bien una tautología), jugando con dos términos poniéndolos en diferente orden. (N. del T.)

[16] Cf. G. Canguilhem, Idéologie et rationalité dans l’histoire des sciences de la vie, Paris, Vrin, 1977, pp. 33-45.

[17] Se ve que la intensidad particular que revisten los conflictos en el campo de la sociología tiende sin duda ante todo a la dispersión del cuerpo y que en todo caso no puede verse, como ocurre a menudo, un índice de un mínimo grado de cientificidad de la disciplina.

[18] Se ha mostrado como ciertos asistentes de las facultades de ciencias son llevados a aproximarse a sus estudiantes y abandonar el rol magistral para escapar a las dificultades que hace surgir para ellos la competencia de los maestros y de los “estudiantes de escuelas normales” cuya “amenaza” es muchas veces evocada en las conversaciones y que pueden ser asistentes como ellos (P. Bourdieu, Épreuve scolaire et consécration sociale, les classes préparatoires aux grandes écoles, Actes de la recherche en sciences sociales, 39, septiembre de 1981, pp. 3-70).

[19] J.-Y. Caro, Formation à la recherche économique : scénario pour une réforme, Revue économique, vol. 34, 4 de julio de 1983, pp. 673-690.

[20] A falta de poder entregar aquí ya sean las anotaciones etnográficas relevadas sobre el campo, inevitablemente parciales y descosidas –por el hecho de la imposibilidad práctica de la totalización-, ya sea un relato reconstruido a partir de las observaciones y de los testimonios, no se puede más que reenviar, por una evocación de atmósfera, a las páginas que Flaubert consagra a la revolución de 1848 en La educación sentimental y particularmente, las que tocan las prácticas que se dan bajo el principio, en torno a los “clubes” donde se elaboran los “sistemas de felicidad pública” y donde se cruzan “las mociones subversivas” (“¡No más academias! ¡No más instituto!” etc.).

* La comunicación fática es aquella donde, considerando el esquema comunicativo, prima el canal por encima del enunciado, es más importante el hecho de decir algo que lo que se dice en sí, vale decir, la comunicación por la comunicación misma. Esto puede ejemplificarse con las expresiones del tipo “eh...” o “mmm...” con las que se llenan los silencios en las charlas telefónicas, justamente para indicar al interlocutor que el canal no se ha perdido, que la comunicación se está llevando a cabo.

[21] He aquí una de las razones que, contra las teorías utilitaristas ingenuas tales como la que propone Olson en La logique de l’action collective (de la que Albert Hirschman remarca, no sin cierta crueldad, que ella ha debido sin duda su éxito, luego de 1968, al hecho de que ella tendía a demostrar la imposibilidad de los movimientos como aquellos de mayo del ’68), el trabajo político, aquel del militante de los tiempos ordinarios o aquel de los manifestantes de las ocasiones extraordinarias, pueda ser en sí mismo su propio fin y su propia recompensa: los esfuerzos mismos de la lucha, sin hablar de las felicidades de la solidaridad militante o del sentimiento del deber cumplido o más aún de la experiencia, real o imaginaria, del poder de transformar el mundo, constituyen por sí otras tantas satisfacciones indiscutibles (Cf. A. Hirschman, Bonheure privé, action publique, Fayard, 1984, pp. 135-157).

[22] Lanzón, Histoire de la littérature française, Paris, 1902, 7ª ed., p. 1091, citado por A. Compagnon, La Troisième Republique des lettres, de Flaubert à Proust, Paris, Seuil, 1983, p. 71.

[23] Simbólicamente dominados en la institución escolar, esos tipos de intrusos no han más que parcialmente expresado el cuestionamiento que ellos hacen surgir por su presencia desplazada y el malestar que ellos experimentan ante un sistema transformado por el efecto de su presencia y de su malestar (como se ve bien en el caso límite de los hijos de inmigrantes, que hacen las preguntas más radicalmente excluidas del funcionamiento normal de la institución).

* “La oposición cercana al PC voltea la dirección “izquierdista” del SNESup.” (N. del T.)

[24] La manifestación del espacio de las opiniones lleva a su intensidad máxima el efecto que produce la encuesta de opinión cuando, a través de técnicas tan inocentes en apariencia como la presentación de una escala de opiniones o de un conjunto de respuestas preformadas a una pregunta determinada, ella impone una problemática explícita, es decir un espacio de tomas de posiciones constituidas.

[25] Esta situación es, en permanencia aquella de los hombres políticos (o, en un grado menor, los intelectuales), hombres públicos sin cesar condenados a la opinión publicada, pública, ostentada, requeridos entonces de alinear todas sus opiniones y sus practicas sobre su posición declarada en el espacio político y de reprimir en el secreto las opiniones intimas propias a contradecir las tomas de posición oficialmente ligados a la posición y al grupo que ellas expresan –lo que implica un lenguaje fuertemente censurado y eufemizado.

[26] Una de las consecuencias de estos análisis es hacer aparecer la ingenuidad de la cuestión de la opinión “verdadera”: la opinión se define cada vez en la relación singular entre una disposición expresiva y una situación de mercado. Y podría darse por proyecto establecer, para cada agente o clase de agentes, un perfil político correspondiente a las opiniones que puede profesar (sobre cada una de las cuestiones políticamente constituidas en el momento considerado) en función delas leyes especificas (de censura, especialmente) del mercado considerado (siendo la situación de encuesta uno de esos mercados, situado al lado del polo de la oficialidad); y de determinar en función de cuáles características de la gente varía la distancia entre opiniones publicas y opiniones íntimas.

[27] Bastara para dar a estos análisis toda su generalidad, con recordar las conversaciones de la duquesa de Guermantes haciendo notar que, en tal salón “tan encantador en otro tiempo”, uno encuentra “todas las personas que uno se ha pasado la vida evitando, con el pretexto de que ellas están contra Dreyfus, y otras, de las que no se tiene idea quién es” (M. Proust, A la recherche du temps perdu, II, Paris, Gallimard (La Pléiade), 1954, P. 238).

[28] También aquí, como en cada uno de los puntos del análisis, se puede invocar a Proust: “M. de Norpois hacía esas preguntas a Bloch con una vehemencia que, intimidando a mi camarada, lo halagaba también; ya que el embajador tenía el aire de dirigirse en él a todo un partido, de interrogar a Bloch como si él hubiera recibido las confidencias de ese partido y pudiera asumir la responsabilidad de las decisiones que fueran tomadas. “Si usted no se desarma, continuó M. de Norpois, sin esperar la respuesta colectiva de Bloch, si, antes mismo que fuera secada la tinta del decreto que instituyera el procedimiento de revisión, obedeciendo a yo no sé qué insidiosa palabra de orden, usted no se desarma, pero usted confirma en una oposición estéril que parece para algunos la ultima ratio de la política, si usted retirara sobre su tienda y quemara sus naves, eso sería para su gran perjuicio” (M. Proust, op. cit., pp. 245-246).

[29] En el periodo que sigue inmediatamente a la crisis, el grado en que los problemas universitarios se imponen como problemas políticos, debiendo ser planteados y resueltos a partir de problemas políticos, en lugar de quedar en el orden de lo indiscutido varía según las facultades, el lazo entre las opiniones sobre la Universidad y las opiniones políticas (lo que se llama la “politización”) que se refuerzan cuando se va de las facultades de medicina o de derecho a las facultades de ciencias y de letras (Encuesta del AEERS de 1969).

[30] No se ha resaltado que la mayor parte de los “textos de Mayo” son anónimos o firmados por siglas que no permiten ubicar a los autores. Las posibilidades de análisis se encuentran considerablemente limitadas: hace falta creer perdidamente a la eficacia del análisis interno para esperar comprender realmente tales escritos, de los cuales no pueden caracterizarse socialmente ni los autores ni las condiciones sociales de producción y de recepción (de aprobación). Esto valdría sin duda para muchos de los escritos producidos en condiciones similares.

[31] El análisis de estos habitus dobles, la ambición ambigua, y negada, permitiría comprender mejor el éxito ulterior, en la prensa, la edición, las relaciones públicas, el marketing, la empresa capitalista, de numerosos líderes de Mayo.